Un epitafio para Dexter Morgan

“Antes hijo, todo esto era campo” le dice un abuelo a su nieto, mientras señala una orgía de ladrillo en forma de bloques de pisos a las afueras de la ciudad. Éste lugar común, una frase hecha que hoy se usa para cualquier evidencia del paso del tiempo, se ajusta como un guante a lo que sentimos cuando echamos la vista atrás hacia otoño de 2006. Ese 1 de octubre, Dexter Morgan, nuestro asesino en serie favorito, conducía por las calles de Miami con aire siniestro mientras pronunciaba por primera vez unas palabras que hoy ya forman parte de pleno derecho en la historia de la televisión:

-Tonight is the night- dijo con seguridad esa voz que en nada recordaba al mojigato de David Fisher en A dos metros bajo tierra -. Y todos nos quedamos helados.

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En 2006 Facebook era un invento reservado a los más enterados, mientras que nosotros pronto empezaríamos a oír hablar de una cosa que se llamaba Tuenti y que prometía dejar atrás nuestras largas horas de conversaciones en Messenger y cotilleos en Fotolog. Teníamos móviles en color desde no hacía tanto, los anuncios de politonos del 7777 inundaban las televisiones y cargábamos con aparatos que servían únicamente para escuchar música o hacer fotografías. En cuanto a las series, teníamos un comportamiento extrañísimo en el que cada vez menos gente se reconoce: veíamos lo que nos ponían en la tele.

Dexter estaba allí antes de Twitter, de cientos de foros y blogs, del streaming, de los podcast y de toda esa fiebre colectiva por las series de televisión en la que nos hemos metido durante un proceso que se sintió natural. Pocos sabían lo que era un Emmy, el apartado de televisión de los Globos de Oro era un acontecimiento menor y para descargar una serie teníamos que descomprimir archivos de siete partes que tardaban una eternidad en bajarse de Megaupload o Rapidshare. Descargarse Dexter era un acto de rebeldía, un grito contra la dictadura de las cadenas que se empeñaban en que lo que queríamos ver eran dramedias familiares en las que abuelos y niños compartían humor grueso y tramas costumbristas.

Cuando empezó todo

Muchos dirán, y añado que con razón, que la que encendió la mecha que hizo todo explotar fue cierta serie sobre un accidente de avión y una isla. Fue responsable de decenas de foros, teorías y especulaciones de todo tipo, tenía su propia Wikipedia y nos descubrió lo que era un sneak peek. Ella puso los ojos del cinéfilo en la pequeña pantalla y provocó que muchos nos fijáramos en obras maestras como Los Soprano o A dos metros bajo tierra. Se lio una gordísima, se empezó a hablar de la edad de oro de la televisión y se comenzó a fabricar un canon  a base de listas, rankings y nuevos especialistas. Y en pocas de ellas no asomaba en los primeros puestos el asesino con código, el especialista en marcas de sangre incapaz de sentir, ese personaje al que sabíamos que debíamos odiar  y sin embargo queríamos que se salvara.

Dexter fue además mi primer descubrimiento, la primera serie que encontré por mi cuenta y recomendé a muchísima gente. Muchas vinieron después, pero con ella descubrí el placer de mostrar a los demás una televisión diferente, cosas que les podrían gustar de verdad y no vieran porque se lo decía Telecinco. Era infalible: sólo enseñar esos inmortales títulos de crédito en la pantalla de un prehistórico Youtube y ya estaban en el ajo.

Juntos empezábamos entonces a descubrir la terrible historia que llevó a Dexter Morgan a ser como era, nos fascinamos con esas macabras barbies desmembradas con lacitos de seda, nos mordimos las uñas en una cabaña a las afueras de la ciudad por culpa del maldito sargento Doakes y asistimos a uno de los finales de temporada más impactantes que recuerdo brindado por el inolvidable Trinity.

Un adiós a la altura

Por ese motivo hoy, cuando faltan horas para que Dexter ponga su punto y final para siempre, escribo esta carta de amor pasada de moda. Toca desde hace tiempo, y me incluyo, soltar pestes de una serie cuyas últimas temporadas no son más que una larga y alargada agonía dirigida sin pasión y posiblemente escrita por chimpancés amaestrados. Los personajes van de un lado a otro sin sentido, las tramas carecen de lógica e interés y lo más grave: apenas nos importa cómo acabe el protagonista que tantos años nos ha acompañado. La pregunta con la que años atrás especulábamos emocionados ha perdido toda su trascendencia: poco nos importa si Dexter expiará sus pecados tras las rejas de Miami o si disfrutará de un helado de vainilla en una terraza de Buenos Aires.

Por eso mañana, cuando pase mi última hora con el departamento de policía de Miami, tomaré la decisión más sana. Mientras que su (con seguridad decepcionante) final se muestre en la pantalla yo estaré en paz, alejado de la bilis acumulada durante sus últimas temporadas. Porque a pesar del esfuerzo de sus responsables por evitarlo, tenemos que recordar Dexter por lo que fue, por lo que supuso y sobre todo por lo que nos supuso. Porque por mucho que se esfuercen por evitarlo, nos estaremos despidiendo de un personaje inolvidable, mítico, y se merece un adiós a la altura. Ya que ellos no nos lo van a dar, lo tendremos que hacer nosotros.

Descanse en paz, Dexter Morgan.

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